Hna. Pierângela Dalla Riva
Hna. Pierângela nació en Erechim el 14 de septiembre de 1945. Es la primera hija de los 6 hijos de Pedro Dalla Riva y Ângela De Ré. Entró en la Congregación el 4 de marzo de 1971. Emitió su Primera Profesión religiosa el 10 de febrero de 1974.
En estos casi 50 años de vida religiosa, Hna. Pierângela ha pasado 40 años dedicados a la misión en los Centros de Apostolado Litúrgico. En el relato de sacerdotes y amigos se advierte la huella de fe y de generosidad que ha guiado su misión. Cada día, con alegría, esperanza y certeza en la Divina Providencia, la jornada comenzaba con la oración junto con los colaboradores del CAL (Centro de Apostolado Litúrgico) y, antes de la apertura de la tienda, desde las 9:00 hasta las 11:45 horas, se esponía el Santísimo Sacramento en la Capilla interior del Centro.
Los sacerdotes han sentido el CAL de San Pablo como un oasis y un lugar de encuentro. Hna. Pierângela los ha fascinado con la fuerza de nuestra misión de Pías Discípulas. Todos los presbíteros y las otras personas que entraban en el CAL, de alguna manera buscaban a la hermana, para ayudarlos y para escucharlos.
Innumerables son las experiencias que han marcado su vida en estos años. Nos cuenta: “Un día estaba al pie de las escaleras del piso superior y observaba el movimiento de las personas que entraban en la capilla, algunas tristes, preocupadas, con la cabeza baja, desconsoladas… Cuando salían de la capilla, ya no se sentían como habían venido, su expresión era serena. Se sintieron agradecidos por haber encontrado al Señor: ‘Es hermoso para nosotros quedarnos aquí, es un lugar de paz, esta es la casa de Dios'”.
Refiere otro hecho: “Una vez, un vagabundo entró en la tienda, y en la puerta observó que había un camino que conducía a la capilla. Quería mantenerse recto y caminar recto, avanzaba con dificultad manteniéndose erguido. Se detuvo, me miró y preguntó: ‘Hermana, ¿es este el camino que lleva a Dios?’ Dije que sí y él fue a la capilla. Este hombre oró por sí mismo y por todos los hombres, alabando y agradeciendo al buen Dios por haberlo encontrado en su casa. Se fue en silencio con las manos juntas, radiante, feliz y muy agradecido”.
Y continúa: “El 3 de febrero de 2011, estaba en el piso superior ayudando a un sacerdote y escuché a alguien subir con dificultad las escaleras. Pedí permiso y fui a verlo. Era P. José, sacerdote de 96 años. Extendí mi mano para ayudarlo, pero él, lleno de alegría, me dijo: ‘Ya estoy aquí, gracias a Dios. Hacía tiempo que quería venir aquí, para hablar contigo un poco’. Lo hice sentar, me senté con él y hablamos mucho. Al final, le pregunté si necesitaba algo en la tienda. Él respondió: ‘Ya he recibido todo de ti. Aquí traigo un poco de dinero para poder comprarme una túnica, la más blanca que hay en la tienda’. Por lo tanto, elegí una túnica a medida para su tamaño. Se la probó y le quedó muy bien. Estaba frente al espejo con las manos juntas y estaba muy agradecido. Dijo: ‘Con esto voy a la casa de mi Padre que está en los cielos’. Sus ojos brillaban de alegría y se asombró de que le quedara todavía un poco de dinero de lo poco que tenía”.
Por la tarde, ese mismo día, un hombre de mediana edad llegó. Miró todo con mucha calma. Se había detenido en la capilla y ahora estaba visitando el piso superior. Caminó en silencio. Lo saludé y le dio mucho gusto. Después de un tiempo se acercó y dijo: ‘¿Has notado que no soy católico? Soy de Umbanda (es una religión monoteísta y afro-brasileña), pero estoy tan feliz de estar aquí en este lugar, en esta casa de paz’. Le pregunté qué podía ayudarlo y él me agradeció, porque ya le había ayudado desde el momento en que entró. Y continuó: ‘Tu mirada me ha seguido todo el tiempo: gracias, me sentí bienvenido. Quiero deciros que aquí he tenido la experiencia de ser ante Dios, el único Dios de todos nosotros, igual a todos. Lo dejo con alegría y muy agradecido.”
Hna. Pierângela concluye: “Por mi parte sigo dando gracias y bendiciendo al Señor por las innumerables experiencias de fe que han tenido lugar durante estos años, siempre he buscado y encontrado que la mejor ayuda es la ayuda de la escucha. Reciban a todos de la mejor manera posible. En nuestra capilla hay lugar para todos. La Palabra de Dios nos pone siempre en actitud de humildad y de apertura interior para acoger el misterio del amor que no tiene límites. A la luz de los escritos de P. Alberione, de Madre Escolástica y de los artículos de la Regla de Vida, he encontrado el camino para ser testimonio vivo de la presencia del Señor Resucitado, en todos los tiempos de nuestra historia. Nuestra querida y amada Madre Escolástica, en sus escritos nos recuerda que aquí está ‘tierra de méritos y el paraíso es lugar de alegría’, es también nuestro deseo que el Señor sea Él mismo en nosotros El único todo para que todos puedan verlo y amarlo.”
Por todo damos gracias infinitamente.