Sr. M. Paul O’Brien
Hay una cita que dice: “Esculpe tu nombre sobre los corazones, no en lápidas. Un legado será impreso en la mente de los demás y en las historias que comparten sobre ti”. En verdadero estilo irlandés, diríamos que Hna. M. Paul era un “personaje”, un personaje verdaderamente único. En estos años desde que volvió a Dios, el 15 de junio de 2014, hemos escuchado muchas historias sobre ella. ¡Historias nuevas también para nosotros, sus hermanas! Son historias de todo el bien escondido que ha hecho: a los que sufrían, a los que tenían necesidad, a los que necesitaban una palabra amable o de aliento y que ella pronunciaba en el momento justo, personas cuyas vidas han cambiado para mejor porque Hna. M. Paul sabía escucharlas, aconsejarlas y, sobre todo, simplemente las amaba tal cual eran. Tenía un don maravilloso: el de saber escuchar. Quien estuviera delante de ella, en ese momento, era la persona más importante del mundo. Solo Dios sabe cuántas personas esta hermana ha acompañado personalmente en su vida, por no hablar de las multitudes que estaban constantemente presentes en su Adoración diaria.
Hna. M. Paul, de bautismo Helen Marie pero, cariñosamente conocida en la familia como Marie o Ma, nació el 14 de agosto de 1935. Ella misma nos compartió una vez su historia: “Atribuyo mi maravillosa vocación al amor a la Bienaventurada Virgen María. Mi madre perdió dos hijos antes de que yo naciera. Cuando nací, había rezado mucho diciendo: “¡Esta es tu hija, déjala conmigo y yo la cuidaré por ti (María)!”.
“Visitaba cada día la iglesia parroquial después de la escuela para rezar en el santuario de Nuestra Señora, que estaba situado en la misma zona de la escuela y, me sentía fuertemente atraída por la Presencia eucarística. A partir de este tiempo, nada será capaz de satisfacerme más allá del Señor”.
Hna. M. Paul era una deportista apasionada y talentosa, y sin embargo, nos cuenta que el deporte le obligaría a tomar una decisión sobre su futuro: “El mismo día que me eligieron como portero para el equipo de Dublín, me enfrenté al terrible dilema de tener que elegir entre la alegría de mi vida: el deporte o el imán interior que me atraía hacia el convento. Por convento me refiero a la profunda atracción interior de acercarse a Jesús, al amor de Dios. Si alguna vez hubo una guerra entre el espíritu y el cuerpo, bueno, fue esta. Yo tenía 21 años en ese momento”.
Su prima, Hna. Muriel (Patricia) Fetherson, la primera Discípula del Divino Maestro irlandesa, ya era miembro de la Congregación y no pasó mucho tiempo antes de que su entusiasmo y su amor por esta misma Congregación atrajeran a Hna. M. Paul a seguirla.
Estaba inmensamente impresionada por el valor de la Adoración Perpetua para la gloria de Dios y la salvación de las almas; estaba fascinada por el espíritu de familia, la mansedumbre y la alegría de las hermanas, el vínculo comunitario y la sencillez de su vida. El amor que experimentó en su familia natural era el mismo amor generoso y sencillo que luego llevaría a amar a sus hermanas y a quienes servía en las diversas expresiones del apostolado. Hizo sus primeros votos en Roma en 1960 y continuó sirviendo en Inglaterra, Italia, Estados Unidos y luego de nuevo en su Irlanda natal. Dondequiera que iba, buscaba sinceramente servir totalmente al Señor.
Después de haber renunciado a la carrera deportiva, Dios le dio a Hna. M. Paul otras oportunidades para vivir la plenitud de la vida y florecer. Su talento artístico habría sido un instrumento de belleza, bondad y verdad y había encontrado un lugar adecuado en la Congregación. A lo largo de los años, sus trabajos artísticos han adornado muchos conventos, capillas, iglesias, en toda Irlanda y los Estados Unidos. Aunque no era una arquitecta “profesional”, su visión, junto con los frutos de la Adoración, de la larga oración y a menudo del sacrificio, la cualificaron en el diseño y en la decoración de varios conventos y lugares de culto. Trabajaba mejor de noche, en la quietud de la oscuridad donde ella y el Artista Divino pintarían muchas maravillas de su gloria.
¡Aquellos que vivieron con ella también recuerdan cómo prosperó haciendo las cosas en el último minuto! Su espontaneidad también era algo que, aunque nos sacaba fuera de nuestras zonas de confort, no parecía molestarla en absoluto. Uno de mis primeros recuerdos como aspirante, a, ayudar a Hna. M. Paul en la sala de arte, fue ordenar cuatro pancartas de Adviento que representan 10 pies, pintados a mano, estos eran necesarios para la misa del primer sábado por la noche de Adviento. El sacerdote tenía que recogerlos a las 17:00, a las 16:55 estábamos ambas con un secador de pelo en cada mano, tratando de secar la pintura sobre los estandartes… sin embargo recuerdo que a las 17:00, cuando sonó el timbre, el sacerdote fue recibido por una sonriente Hna. ¡M. Paul mientras le presentaba el trabajo terminado! Siempre parecía poder tener “suficiente” tiempo para hacer todo lo que necesitaba.
Una de sus citas favoritas de la Escritura era: “El Señor me da la sabiduría del corazón para que pueda conocer la brevedad de la vida”. Aunque su vida no fue “corta”, la enfermedad y la mala salud en curso formaron parte de su historia y ella supo transformar esto en ofrenda diaria para las necesidades del mundo entero y enseñó a los demás a hacer lo mismo. Los últimos meses de su vida estuvieron marcados por una batalla contra el cáncer de páncreas, y a pesar de estar muy enferma, continuó infundiendo esperanza y aliento a los demás, especialmente a través de simples mensajes de texto y de los correos electrónicos o apuntes escritos a lápiz de crecimiento personal a la luz del Evangelio. Siempre parecía saber cuándo alguien necesitaba un poco de motivación y apoyo moral para seguir adelante. Nunca perdió la oportunidad de enseñar, de impartir palabras de sabiduría a quienes afrontábamos la vida y en los diversos desafíos que la acompañaron.
El Señor la llamó a la boda eterna el 15 de junio de 2014, en la Clínica Blackrock de Dublín.
Durante este tiempo estuvo acompañada por la Hermana Louise O’Rourke, que testifica: “Tuve la ocasión de pasar las últimas horas velando con ella y acompañándola mientras el Señor la llevaba consigo en las primeras horas de la mañana del domingo de la Trinidad, que en Irlanda ese año era también el día del padre. Era justo que Hna. M. Paul expirara ese día, estando muy unida a su padre y hablando a menudo de él. Su paso sereno entre los brazos de Jesús, a quien tanto amaba, eliminó todo temor que pudiera tener de morir, incluso en la muerte esta hermana nos enseñó a vivir. La pregunta que se hacía como mujer joven, que luchaba por entender su camino, es actual para todas nosotras hoy: “Tengo una sola vida aquí en la tierra, ¿qué voy a hacer con ella? Hay más de 6 mil millones de personas en este planeta y tan pocos de ellos se han dado para servir al Señor. Aquí estoy, Señor, ¡envíame!”.