Rosalia Binello – Hna. Maria Teresa de la Dolorosa
Para conocer a otra de las primeras ocho Pías Discípulas, nos trasladamos a una pequeña colina de Roero, donde se encuentra Priocca. En esta tierra fértil, en la familia de Giuseppe Binello y Teresa Tarabra, el 18 de abril de 1905 nace Rosalía. Una familia rica de hijos con una sólida vida cristiana que ofreció al Señor un quinteto de hijas consagradas en la vida religiosa: Hna. Verina y Hna. Efigenia (hermanas del Cottolengo), Hna. Margherita y Hna. Andreina (Hijas de San Pablo) y Hna. M. Teresa, Pía Discípula del Divino Maestro.
Hna. M. Teresa, con serena sencillez, acudiendo al pozo profundo de una buena memoria, responde a la invitación de escribir cuando recuerda los primeros tiempos: un material muy abundante acolchado también de anécdotas y florecillas sobre los comienzos, sobre la presencia del Fundador, sobre la Providencia…
La mediación del papá…
“Para mi aceptación en S. Pablo, no he tenido encuentros personales con el Sr. Teólogo, el mediador fue mi padre que lo conocía, porque yendo a Alba el sábado hablaba con gusto con él y, al regresar a casa, nos contaba del encuentro y nosotros estábamos muy atentos al escucharlo con el deseo de conocer mejor y cada vez más lo que sucedía a S. Pablo, especialmente si se trataba del Sr. Teólogo, que era objeto de muchos interrogantes.
En julio de 1920, mi hermana mayor, Eufrosina, que había estado en la fábrica de seda y ya antes era amiga de Úrsola Rivata, entra en Sao Pablo, convirtiéndose en la Profesión en Hna. Margherita. Mientras tanto, yo pensaba en hacerme religiosa del Cottolengo, pero yendo una vez a visitar a mi hermana en Alba, desde la cocina vi abierta la puerta de la Capilla y fue en aquel momento que me surgió en el corazón como una inspiración repentina y me dije a mí misma: ¡Vengo aquí y rezo tanto como quiero!
Cuando volví a casa se lo dije a mi madre, y ella respondió que había que informar a papá; esto me causaba temor. Esperé un domingo cuando mi padre volvió de las Víspera. Se había cambiado la ropa de fiesta, se había arrodillado en la habitación para rezar, yo entré tímidamente… Fue entonces cuando le dije: “Papá, déjame ir a Alba…”. Me respondió: “Si tu hermano no se va al servicio militar, irás, de lo contrario esperarás su regreso”. Mi hermano no fue y así mi padre fue a ver al Sr. Teólogo a presentar mi pregunta. La respuesta fue: “Que venga el día 21”. Y entré el 21 de julio de 1922”.
A Alba San Paolo
«Apenas entró en la Casa, a los diecisiete años, la Maestra me hizo vestir la ropa de trabajo, y siendo día de lavandería me llevó enseguida allí. Mi padre, que me había acompañado, antes de partir vino a saludarme donde ya estaba ocupada en el trabajo. Estaba acostumbrado a los métodos paulinos de la época y no se sorprendió. En las primeras noches, por no haber camas disponibles, ¡instalaron para mí una especie de cama en el suelo y una noche me despertaron y me pusieron a cubierto porque me llovía encima! Pero yo, en San Pablo, encontré todo igualmente hermoso».
Una atracción irresistible
«Formaba parte del grupo inicial de las jóvenes llamadas Hijas de S. Pablo. Al enterarme de que algunas de ellas se dedicarían a la adoración eucarística perpetua, inmediatamente pedí formar parte de ese grupo. El Primer Maestro, al verme todavía joven, me dijo que no resistiría, y me lo repitió. Pero sintiéndome cada vez más atraída por la Adoración, insistí ante la Maestra Tecla, la cual de acuerdo con el Sr. Teólogo y con Úrsula, que ya había sido separada con Metilde, consintió a mi petición».
¡Comienza!
10 de febrero de 1924: En la mañana de este día, memoria de S. Escolástica, el Sr. Teólogo en una conferencia en nuestro grupo, nos indicó que nuestra guía sería Úrsula Rivata, diciendo: “De ahora en adelante no la llamen más Ursulina, sino Hna. Escolástica”.
Vestimenta: el 25 de marzo de 1924, por primera vez, P. Alberione da a las jóvenes el hábito religioso, confeccionado con sus indicaciones precisas. El punto más importante del rito era la emisión de los Votos, con la fórmula preparada por el mismo Sr. Teólogo y con la asignación del nuevo nombre. Rosalía es llamada Hna. Teresa de la Dolorosa, para recordar a la Santa de Lisieux, en particular por su amor y ofrenda por los Sacerdotes, los Misioneros; el atributo “de la Dolorosa”, para recordar a María al pie de la cruz de Jesús, de quien recibe como hijo al apóstol Juan, “y en él a todos los hombres y especialmente a todos los apóstoles”.
El asombro de la madre: Para la ceremonia de la Vestición – continua Sr. M. Teresa – no se invitó a los familiares porque tal era la disposición expresa del Fundador. Después de poco tiempo, mi madre vino a verme; la recibí vestida de monja y para ella fue una verdadera sorpresa. Estaba contenta y feliz al verme revestida con el hábito religioso, pero naturalmente muy sorprendida y emocionada».
Alegría interior por la Adoración Eucarística
No es tan fácil expresar la alegría interior que experimentábamos con el inicio de la Adoración eucarística, especialmente si era nocturna. Esas dos horas pasaron demasiado pronto. Cuando en las noches de invierno el sueño intentaba sorprendernos, empapábamos un pañuelo en agua helada para mantenerlo en los ojos, así también desaparecía el sueño. Una vez el Primer Maestro nos dijo algo más o menos así, como yo recuerdo: “Vengan ante Jesús, acérquense lo más que puedan al Tabernáculo para sentir mejor el ‘Sitio’ de Jesús e inflamarse cada vez más de su amor. Les toca a ustedes saciar de sed a Jesús. No deben venir ante Él para recibir consolaciones, sino para consolarlo. Les toca consolar a Jesús. Él espera de ustedes amor y reparación”.
Hna. M. Teresa recuerda muchos puntos de la enseñanza del Fundador, por ejemplo: sobre el examen de conciencia, sobre la devoción a la Virgen, sobre el buen uso de la voz en la oración comunitaria, sobre la pobreza, etc.
No siempre se entendía, pero…
No se podía entender siempre claramente la palabra del Fundador, pero se creía con una fe sencilla, poniendo en él una confianza grande y segura. Su palabra era considerada por nosotros como la comunicación de la voluntad de Dios que debía ser acogida y seguida incluso sin entender totalmente. Recuerdo que nos decía: “¡Si creen, verán!” Se ha creído y hemos visto las maravillas de Dios.
Servir sobre las huellas de Jesús Maestro
Hna. M. Teresa Binello: 63 años de vida religiosa, casi totalmente dedicados al “servicio al sacerdocio”, apostolado que amó inmensamente, que ejerció con prudencia y en la caridad que la hizo para tantos Hermana y Madre.
En 1947, fue nombrada consejera general en el gobierno del Instituto, aportó sabiduría y experiencia, exponiendo humildemente, pero con tenacidad lo que consideraba oportuno. Continuó en la medida permitida su servicio en las casas paulinas, ayudada por jóvenes hermanas que aprendieron de ella no solo el arte culinario, sino que fueron alimentadas con ejemplos de humildad, silencio, oración, espíritu de pobreza bien entendida. Cuando, por razones de edad y de salud, debió dejar esta forma de servicio directo, en su alma se encendió más vivamente la llama de amor por el sacerdocio. Lo demostró continuando con su generosa ofrenda, sobre todo con la oración, con la adoración eucarística diurna y nocturna, con la mirada universal sobre toda la Iglesia, con el interés por las alegrías y los sufrimientos de los sacerdotes y discípulos paulinos y por el apostolado de la Familia Paulina.
El perfume de su caminar detrás Jesús Maestro
A su muerte una hermana escribe: “Madre Teresa: Una violeta escondida. Ahora la violeta se abre, en perfume suave. Una violeta envuelta en la sombra de su ceguera casi total; débil también en el oído. Pero su corazón era sensible y atento a captar muchas cosas… Cuánta fuerza, cuánta luz emanaban de sus sufrimientos escondidos y prolongados…”
Para sentir este perfume abrimos algunas páginas de su Notas personales, ¡aunque no es fácil elegir y no quedarse con todo!
Es el tiempo en que las Pías Discípulas corren el riesgo de extinguirse. «Turín, septiembre de 1946. Ahora más que nunca quiero ser Pía Discípula y serlo particularmente: 1) En la Adoración hecha bien, con humildad, con piedad, con gran amor. 2) En el esfuerzo de un silencio sereno y edificante, un silencio humilde, confiado, virginal. 3) Al dar al sacerdocio toda la colaboración posible, de sacrificio, de oración que me exige el deber, que me pide Jesús en la docilidad que no admite dudas y murmuraciones».
“Cada día: Aceptaré todo lo penoso que permitirá el Señor, ofreciéndolo según las intenciones del Primer Maestro. Cuidaré el silencio interior ofreciéndolo por todos los sacerdotes paulinos. En la Santa Misa, recitaré el Agnus Dei para obtener gracias para los sacerdotes y religiosos”.
“Te agradezco, oh Jesús Maestro, por haberme elegido entre las primeras Pías Discípulas. Estoy contenta de ser Pía Discípula, amo a mi Congregación, sus obras, las Madres, las hermanas. Solo en el cielo comprenderé dignamente el valor, la belleza de mi vocación de Pía Discípula”.
“Yo, pequeña víctima, quiero ofrecerme cada día, a cada instante, según las intenciones por las que Jesús se inmola sobre el altar. Ofrezco por la hermana que no comprendo los sacrificios, las oraciones y lo difícil en el día; en mi examen de conciencia me detendré particularmente sobre los puntos faltantes en ella, para detestar y corregirlos antes en mí, sobre lo que veo defectuoso en la Hermana”.
“Oh Jesús, acepta mi dolor personal para conseguir que en esta casita no entre nunca jamás el pecado”.
“Cada día pediré por intercesión de S. José esta gracia: que cada encuentro mío con un sacerdote paulino sea una comunicación de bien y un aumento de pureza. Me acercaré con gran delicadeza, ojo y corazón materno a los sacerdotes y a los hermanos, y seré feliz de prestar mi servicio”.
“Veo muy poco, te ofrezco oh Jesús esta renuncia por todos los Sacerdotes, para que tengan luz y sean fieles a su mandato y a sus promesas; por el Consejo general, para que el Espíritu Santo ilumine cada decisión y para que nuestra Congregación esté siempre guiada por la voluntad de Dios y según el espíritu del Primer Maestro”.
“Oh Jesús, no te pido que me libres del sufrimiento, pero te pido la gracia de acoger con mérito y como un don de tu amor, cuanto me mandas cada día, para purificarme”.
“Señor no solo los ojos, sino tampoco los oídos y las piernas me sirven poco. Te ofrezco mi sordera por los sacerdotes, para que no priven a las almas de la Palabra de Dios, y los hombres la escuchen. Te ofrezco la molestia de mis piernas, por los Misioneros y Misioneras, especialmente por los de la Familia Paulina… Para que Jesús Maestro sea conocido y amado por todos los hombres, y para que la Pía Sociedad S. Pablo pueda volver a Polonia. Por las vocaciones y la estabilidad de todas. Por los viajes de las Madres y de los miembros de la Familia Paulina. Señor, tú conoces mi debilidad, dame la gracia de darte todo con fe, con amor y serenidad».
¡Siempre con Él!
Pocos días antes de la muerte, a una hermana que le preguntaba por qué tenía los ojos vendados, responde sonriendo: “Eh, ya sabes… mis habituales dolencias… debemos prepararnos para morir.”
Y a la respuesta: “¡Tiene razón! ¡Así terminamos de sufrir!”, enseguida corrigió, preocupada por haber sido malinterpretada: “¡No! no por esto, ¡sino porque así estaremos siempre con Él!”
Y el Esposo, amado y esperado, llega en la noche, a las 1.30 horas del 20 de febrero de 1985, miércoles de Ceniza, día de inicio del camino de la Cuaresma hacia la luz de la Pascua.