Argentina Rapagnani, Hna. M. Fulgencia
En uno de los pueblos más bellos de Italia, Montecosaro, en la provincia de Macerata, el 30 de octubre de 1910, nace Argentina Rapagnani, acogida con alegría por su papá Luigi y por su mamá, Santina Capponi. El 1ero de noviembre, en la fiesta de todos los Santos, recibe el Bautismo, y el 17 de octubre de 1939l la Confirmación, por Mons. Carlo Castelli, arzobispo de Fermo.
No hay muchas noticias sobre su familia, que vive el dolor por la muerte de la mamá y en pocos años, después de las segundas nupcias, del papá.Hna. M Fulgencia, con mucha sobriedad, hablaba de una familia que vivía en una pobreza digna, muy unida y sólida en la fe.
Más de 600 km separan Montecosaro de Alba, y en esa época los medios de comunicación y de transporte no eran muy rápidos, pero la obra del P. Alberione llegaba a cada parroquia en la península a través de las revistas Vida Pastoral, Unión Cooperadores Buena Prensa, El Domingo, sobre las que nunca faltaba el “billete de visita” para invitar a los chicos y chicas a ser parte de esta aventura.
El párroco de Montecosaro, Giovanni Torresi, puso sus ojos en la nota de página de la Pía Sociedad Hijas de San Pablo, y en particular sobre la segunda sección: las Pías Discípulas, que eran presentadas como aquellas que “se consagran a la adoración del Divino Maestro Eucarístico, para que todos los hombres se reúnan en torno a Jesús, para aprender a seguir sus divinas enseñanzas y sus santos ejemplos… En esta sección se aceptan las muchachas que aman, de preferencia, la vida de adoración y de amor a Jesús- Hostia, retiradas del mundo, dedicadas a la reparación de los pecados de la mala prensa, que renueva la Pasión de Jesús”. Y habla con algunas jóvenes, en particular con Argentina, a quien ve muchas veces quedarse delante del sagrario, y la apoya en su solicitud para ser aceptada en la joven Congregación.
El 28 de febrero de 1932, Argentina llega a Alba, donde encuentra a Madre Escolástica Rivata y a Hna. M. Antonietta Marello, formadora de las jóvenes. La reciben con alegría pero pronto se dan cuenta de que, según una valoración humana, casi no tiene instrucción, sabe leer un poco pero no escribe, aparentemente no tiene dones en los que se destaque ni una inteligencia particular, y piensan en enviarla de nuevo a su casa. Pero ante todo somenten el caso al P. Alberione que, después de un instante de silencio, dice: “Esta joven tiene la sabiduría del corazón. Déjenla seguir adelante, y tú, Escolástica, le enseñarás y ella aprenderá lo que no sabe…” Recordando el riesgo de ser enviada a su casa, Hna. M Fulgencia escribía: “Estoy tranquila y estoy segura de haber sido llamada por Dios. Antes de decidir, delante de Jesús, después de la comunión, hice este compromiso con Jesús: ser fiel hasta la muerte, yo con Jesús y Él conmigo, de otra manera no me hicieron ir a mi casa. Cuando llegué me dijeron que no estaba hecha para la congregación… Yo no quise volverme para no traicionar la promesa hecha: si Dios me llamó, me dará las gracias necesarias para seguir adelante. Y eso hice… me entregué a Jesús y quiero ser un solo corazón con el Divino Maestro, bajo la guía de las madres” (A Madre Lucía Ricci, 1965)
El 25 de enero de 1933 viste el hábito azul y blanco, tomando el nombre de Fulgencia y, después del Noviciado, conducido por Madre Escolástica, hace la primera profesión el 20 de agosto de 1934, y en 1940 los votos perpetuos con el pedido hecho al P. Alberione: “Estoy muy contento de que seas admitida a los Votos perpetuos y te bendigo…”
La “sabiduría del corazón”, con algunos dones particulares no definibles humanamente, fueron el tejido de su vivir cotidiano en el amor a Jesús y en el servicio. En la “ciudad paulina” de Alba, por más de 30 años fue encargada del horno para la producción del pan y de otros servicios. Cuando se empezaba el trabajar algunas hermanas recuerdan una expresión suya, muy frecuente: “Jesús está aquí con nosotras para amasar y preparar el pan”, y cuando se horneaba y se llenaban las cestas: “Jesús pone en nuestras manos este pan para dar de comer a la multitud paulina”. [1] Una hermana recuerda: “Cada tanto, mirando la sonrisa silenciosa y luminosa de Hna Fulgencia tenía la impresión de que se realizaba una multiplicación de los panes…”
En el silencio y en el servicio humilde, maduraba en ella una forma intensa y privilegiada de comunión con Dios y con el prójimo, que constituye la santidad, que se transforma en irradiación apostólica. Aún con su educación apenas elemental, tenía dadas por el Señor, profundas intuiciones, fruto de su interioridad, don singular de una misión confiada de lo Alto, un don que permaneció escondido como una vertiente profunda. Sobre todo, en el periodo de 1946-1947, misterioso y significativo en la historia de las Pías Discípulas, que vivieron el riesgo de ser suprimidas por parte de la autoridad eclesiástica, solamente el Beato P Santiago Alberione y el Beato P Timoteo Giaccardo sabían aquello que le era revelado a Hna. Fulgencia, intuiciones sobre la certeza de que la prueba debía vivirse hasta el final, hasta el sepulcro, para después abrirse a la luz de la resurrección. [2]
En los últimos años de la vida, hablando con Madre Lucía Ricci, superiora general, ha revelado algunas maravillas de las comunicaciones divinas, todas y siempre para el bien de las personas para llevarlas al Señor. Por ejemplo, el 26 de noviembre de 1974, sobre los sacerdotes, habló de una experiencia que la acompañaba desde el noviciado: “El Señor me ha hecho ver a todos los sacerdotes, separados en tres grupos, uno era de todos los sacerdotes dedicados en la tarea de llevar almas al Señor. Otro grupo era el de los sacerdotes interesados en sí mismos, no eran malos, pero hacían poco por el Señor. Y el último era el de los malos sacerdotes, que estaban en contra de todos, de hecho, en contra de la Iglesia. Tenemos que rezar por el Sacerdocio como está escrito en las Constituciones.”
Hna M Fulgencia ha experimentado la gradual decadencia de la vista hasta llegar a una ceguera casi total, y precisamente en este tiempo se aumente en ella el deseo de “ver en todas las personas el Rostro de Jesús… de tener una caridad iluminada por Dios para el bien de los hermanos y hermanas… de ver más allá en el camino de la fe. Todo por la Gloria de Dios y la paz de todos, buenos y malos…”. Ella quería ser luz “para ser luz, nuestro corazón debe estar unido al Corazón de Jesús y amar al prójimo como Dios quiere”. (1979)
Muere en Sanfré, el 27 de marzo de 1979, fue al encuentro del Esposo casi en punta de pie, después de una jornada de trabajo y entrega.
P.Eugenio Fornasari ssp, el “teólogo de los santos”, que conocía bien a Hna Fulgencia, en la homilía de su funeral, ha abierto con algunas pinceladas los espirales sobre el misterio de amor de esta vida:
“Su vida ofrece una lectura en filigrana, como contrapunto de la lección evangélica de Jesús: Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños y han permanecido escondidas a los sabios (cfr. Mt 11, 25). Los pequeños, en el lenguaje evangélico son también los pobres delante de Dios, los pobres de YHWH, a los cuales ofreció el Reino. Y Hna Fulgencia fue una pequeña alma del “caminito de Santa Teresa del Niño Jesús; fue una ‘hostia de alabanza’ en el sentido de Santa Isabel de la Trinidad; y tenía una ‘vida auténtica’ como la de Bernardita Soubirous. Vivió el carisma del P. Alberione…” Y subrayando cómo el P Alberione daba las líneas seguras para alcanzar la plena madurez de la persona, es decir, la medida de Cristo, concluía: “Es la plenitud. Hna María Fulgencia conoció esta plenitud y llegó a la locución interior, a la oración de simplicidad. Bastaba que se recogiera un instante para estar en Dios”.
Hay muchas personas que recurren hoy en día a la intercesión de Hna Fulgencia, y no solo para encontrar estacionamiento o para acelerar cualquier trámite en las oficinas, sino sobre todo pidiendo la conversión del corazón, tomando el camino del Evangelio, por la paz de las familias, para tener amor al prójimo, por el trabajo, por el estudio… Y lo más importante es que pidiendo su intercesión se ora, se vuelve la mirada a lo Alto, haciendo como dijo ella a una hermana enfermera, que estaba preocupada por encontrar un lugar para estacionar: “no te preocupes, digamos un Gloria al Padre, invoquemos al Ángel custodio y verás que ellos lo resolverán…”
Estas breves notas son solo un inicio para suscitar una reflexión más amplia, para descubrir los pasos de la subida de Hna Fulgencia al monte de Dios, un sendero marcado el amor a Jesús y al prójimo, alimentado por la Eucaristía y por la confianza en María, iluminado siempre por el Espíritu Santo.
Hna Fulgencia, sin títulos académicos, era maestra y guía espiritual, con el libro de su vida: “estoy contenta de haber elegido este camino, mientras más avanzo, mejor comprendo la vida religiosa, más me gusta estar con Jesús, yo sé poco, pero Él me entiende en seguida”.
[1] Referencia al complejo paulino de Plaza San Pablo en Alba, en donde, después del translado de las Hijas de San Pablo a Borgo Piave, vivían más de 500 personas.
[2] Cfr R. Cesarato – G.M.J. Oberto, El árbol visto desde las ráices, 2, uso manuscrito, Roma 2000, pp. 113-203.