AMELIA DINA BENZO – Madre Giuditta
Quiero ofrecer mi vida, mis sufrimientos
por la vida y las intenciones de nuestro fundador, P Santiago Alberione
y por los discípulos paulinos.
(Madre Giuditta)
Lo que ha hecho heroica la vida de Amelia Dina Benzo, hermana Maria Giuditta – para todos Madre Giuditta – ha sido la ofrenda de su vida por los demás, en particular por P. Santiago Alberione y sus intenciones, Una ofrenda que renovó en su enfermedad y mantuvo hasta su muerte. Esta donación expresa una imitación ejemplar de Cristo, y es digna de toda nuestra admiración.
Cuando confió al Primer Maestro, es decir, al beato Santiago Alberione, así llamado comúnmente en la Familia Paulina: «Quiero ofrecer mi vida, mis sufrimientos por su vida y por sus intenciones y por la santidad de los discípulos paulinos». Él le dijo: «¿Lo has pensado bien? ¿Y si el Señor te toma la palabra?» Y ella respondió resueltamente con la dulzura de su sonrisa.
En el desarrollo de una vida aparentemente común, la vida consagrada de una Pía Discípula del Divino Maestro – hecha de simples gestos de fe, de oración, de mortificación, de desprendimiento, – hna Maria Giuditta manifestó un extraordinario amor a Dios y al prójimo. Se sentía particularmente atraída por la influencia y el gran ejemplo del beato Santiago Alberione para seguir su ejemplo y su enseñanza. Ella consideraba como una gracia su particular servicio a la persona del Fundador. Este testigo de la fe la animó a “tener fija la mirada en Jesús y correr con perseverancia hacia la meta que tenía delante” (cf. Heb 12, 1).
Esta donación hasta el sacrificio de sí con Jesús en la Eucaristía como Esposa y Madre es intrínseca a la vocación de la Pía Discípula (cf. APD 1947, 21-24; 345.385.) que, como María vive y reza hasta la inmolación para que el Reino de Dios se establezca y la humanidad conozca al Señor Jesús como Maestro Camino, Verdad y Vida.
Como María Santísima, Madre Judit, ofreció su vida al servicio de la persona de Cristo mismo, viviendo así una expresión de su maternidad, pero al mismo tiempo que realizaba este servicio, compartía la misión de Cristo para toda la humanidad en el designio de Dios. Como madre, acompañó al Primer Maestro en su pasión hecha de dolores físicos, de penas morales y espirituales. Como María, la ayudó en la cruz, en la muerte, lo recogió en los brazos después de la muerte, lo puso en el sepulcro. Cuando todo se cumplió, se retiró en las sombras para prepararse para su sacrificio.
Amelia Dina Benzo nació el mismo año y mes de la fundación de las Pías Discípulas el 15 de febrero de 1924, su padre se llamaba Giacomo (1882-1950) y su madre, Maria Gillino (1884-1924), era la última de cinco hijos: dos hermanos y tres hermanas. Fue llevada a la pila bautismal el 25 de febrero del mismo año. Su mamá murió pocos días después, el 27 de febrero, de una neumonía contraída luego del parto. Así, durante los primeros meses de vida, la pequeña Amelia fue confiada a una nodriza y luego a su tía Pina (Maria Giuseppina 1878-1949), hermana de su madre, y permaneció con ella hasta el ingreso en la congregación. Recibió el sacramento de la Confirmación el 30 de julio de 1933 de manos de Mons. Sebastiano Briacca.
Al crecer, había cuidado de sus dos sobrinos, huérfanos a causa de la muerte de su hermana Gemma, la mayor (1909-1954) y de su esposo. Ella no los dejó hasta que pudieron enfrentar la vida. El más pequeño entró con ella entre los jóvenes de la Pía Sociedad San Pablo en Alba y permaneció allí hasta que adquirió una adecuada preparación. Ellos también adoraban a la tía Amelia. El más grande cada año, en el mes de noviembre, en la conmemoración de los difuntos, iba a la tumba de su tía llevándole un arreglo floral.
Entró en la Congregación en la casa de Alba, el 8 de septiembre de 1948. El 25 de marzo de 1951, al final del año de noviciado, hizo en Alba la primera profesión. En el tiempo de los votos temporales, ella y Hna Maria Mattea Rosa (+12.05.2021) frecuentaron la Scuola Convitto en el Cottolengo de Turín, Obtuvo el diploma de Enfermera Profesional y al mismo tiempo se comprometió en la difusión itinerante de la buena prensa que les sirvió para pagar los estudios, la comida y la vivienda. En los primeros años de su misión como enfermeras, se alternaron en las enfermerías de las comunidades de los padres Paulinos y de las Pías Discípulas entre Alba y Sanfrè. En 1954 estuvo en la enfermería de Alba Casa Madre donde hizo sus votos perpetuos el 25 de marzo de 1965. En 1958 sustituyó a la hermana María Mattea en la enfermería de la comunidad de Sanfrè. De 1960 a 1966 fue responsable de la comunidad de la Casa Generalicia de los Padres de la Sociedad de San Pablo en Roma, sin olvidar el compromiso de la enfermería. Desde el 11 de febrero de 1969 se dedicó como enfermera particular del Primer Maestro hasta su muerte el 26 de noviembre de 1971 y después de 55 días lo siguió también ella, muriendo el 20 de enero de 1972 a la edad de 47 años, ya tenía una metástasis por cáncer de estómago.
Nadie recuerda haber escuchado a la hermana Maria Giuditta levantar la voz, era siempre atenta, serena, vigilante, se olvidaba de sí misma, así que todos sentían que tenían una madre en ella; por eso la buscaban y con ella a su lado estaban tranquilos también en el lecho de muerte. Fue ciertamente esta perfección de servicio la que le mereció el don de ser elegida como enfermera personal del fundador beato Santiago Alberione, en los últimos años de su vida.
Sus compañeras la recuerdan como una joven seria, buena, muy sensible. Capaz de hacerse cargo de las demás y de prestar atención a las necesidades de todas y todas se habían encariñado con ella observándola como un modelo a imitar. Emanaba una madurez superior a su edad y su presencia era de estímulo. En ella encontraban a la hermana mayor y la verdadera amiga que sabía también ser recta y poner límites a tiempo. A ella se recurría para todo, su sencillez, hecha de sentido práctico y sabiduría, estaba al alcance de todas y todas la querían.
Ella manifestaba la expresión gozosa de una auténtica donación. Amaba a todas, y difundía respeto y estima. No se extendía en discursos inútiles, lo que decía nacía del corazón.
Madre Judit fue fiel a su deber de adoración y servicio en el espíritu auténtico de la Pía Discípula en perfecta sintonía con el espíritu del Fundador, era ávida de su palabra, de su ejemplo y de sus escritos. Habitualmente, a primera hora de la mañana, realizaba la meditación sobre los escritos del Fundador, sacando de ellos riquezas siempre nuevas para atesorar y que le infundían siempre nueva energía y carga motivadora.
Admiraba la pobreza del Fundador y quería seguirlo también en esto. Respetaba el deseo del beato Alberione de conservar a su alrededor ese ambiente de sencillez y pobreza también en la decoración y en las cosas personales.
Con frecuencia el Primer Maestro aludía al Paraíso y exhortaba a mirar hacia arriba. «¡Paraíso!» , «Mirar arriba», «Llegar allí arriba» y Madre Judit a veces, con mucha confianza y sencillez, le preguntaba si la llevaría al Paraíso con ella … Él respondía con una hermosa sonrisa y extendiendo los brazos como diciendo: ¡esto solo depende del Señor! Y fue precisamente parte de los planes de Dios consentir su deseo de que lo siguiera en la eternidad en tan poca distancia de días.
Podemos decir de Madre Judit lo que se dice de Santa Escolástica: también ella junto a una gran figura carismática no fue menos y Dios la escuchó y fue así que, fuerte en el amor, fue asociada a ella también en la santidad.